Tras la partida de Brunliv, su fiel mayordomo Ossanik contemplaba triste y alicaído tras el quicio de la puerta como su señor marchaba, según sus propias palabras, para no regresar más.

La conversación con el capitán Kirostan había resultado bastante reveladora, y el líder de los espías había aceptado una misión que parecía especialmente peligrosa. Las silenciosas lágrimas que brotaron en el rostro de Brunliv habían delatado su despedida. La mirada que recorría todos los rincones de la mansión, como si quisiera grabar a fuego cada detalle para no olvidar el hogar que tan buenos momentos le había dado. El espía acariciaba la pared mostrando su eterno afecto a la enorme casa que la ciudad de Cehalium le había otorgado como recompensa por sus servicios. Tras una infancia ligada a la miseria, aquellas comodidades y opulencia eran apreciadas por Brunliv con un agradecimiento casi diario. Pero había llegado el momento de despedirse para siempre.

El mayordomo lo vio con sus propios ojos, y era más que posible que jamás volviera a ver a quien había sido un jefe amable y generoso con él. Cabizbajo y afectado por la partida sin retorno de Brunliv, el mayordomo se dirigió hacia su dormitorio para encontrar un lugar donde reposar y afrontar la nueva vida que comenzaba para él. Fue entonces cuando se encontró una carta sobre la cama, firmada y sellada por Brunliv y dirigida a su apreciado criado en la que un largo remite rezaba:

«Pese a la educación que recibiste nunca te quise como criado. Fuiste eres y serás un gran amigo. Quisiera dejarte esta carta que contiene un regalo muy especial. Te ayudará a superar tu principal debilidad. Por favor lee el contenido sin temor hasta el final. Tenemos un particular angel de la guardia común que en mi ausencia te ayudará protegiéndote de todo mal. Siempre tuyo. Brunliv»

Conteniendo la intensa emoción que le embargaba, el mayordomo rasgó el sello de cera y desenrolló la carta para leerla recreándose en cada palabra, en cada letra.

» MI ÁNGEL SINIESTRO

No creo en el destino, ni en deidades y mucho menos en nada que tenga que ver con lo sobrenatural. Sólo creo en las personas, en sus actos y en las consecuencias de éstos, independientemente de la voluntariedad que guíe tales comportamientos.

Sin embargo y aunque pueda parecer que soy eminentemente pragmático, debo reconocer que hay dos intangibles sin los cuales mi vida carecería de sentido. El primero de ellos es el profundo amor que siento hacia mi pareja, Restelia, pero no es de ella de quien quiero hablarte. Aparte de querer conservar mi privacidad sentimental, creo que nunca podré hacer justicia con mis palabras para expresar lo que siento hacia la mujer más maravillosa que nunca he conocido.

Quiero hablarte de mi Ángel Siniestro. Le he rebautizado así porque de alguna forma siento que es mi particular ángel de la guarda. “Ello” también está contigo, aunque creo que no eres todo lo agradecido que podrías, o al menos, no aprecias lo suficiente su amistad. Permite que te explique el porqué de mi reproche.

La presencia del Ángel Siniestro es intermitente, no siempre está siguiendo mis pasos, pese a que su aparición puede ser bastante predecible. Cuando le siento junto a mí no son emociones positivas las que fluyen embadurnando mi alma con su gélida capa de incertidumbre. Jamás he visto sus ojos pero me los puedo imaginar como dos oscuras perlas negras que clavan su fija mirada en mí, sin pestañear ni moverse un ápice. Nunca ha llegado a tocarme pero juraría haber percibido la frialdad de sus manos recorriendo todo mi cuerpo provocándome reacciones tan opuestas como dejarme congelado o sentir la necesidad de escapar, como si no hubiera un mañana.

Debo confesar que en alguna ocasión yo mismo he forzado su presencia, para poder disfrutar con una ligera intensidad de las sensaciones que me genera. En su justa medida reconozco que su compañía me causa un extraño placer.

Sin embargo, cada vez que despliega sus enormes alas sobre mí, debo luchar para que las lágrimas no afloren. Respiro profundamente intentando que los latidos de mi corazón no le hagan estallar y me aferro al recuerdo de todos los que me aprecian para conseguir el valor necesario y no caer de rodillas sumiso ante la desesperación.

Paradójicamente, temo por el día en que mi Ángel Siniestro no esté acompañándome. Creo que si ese aciago momento llegara, por desgracia, tendría los días contados. Han sido tantas las ocasiones en las que me ha salvado la vida, que mi agradecimiento sólo puede ser sincero y me atrevería a añadir que eterno.

Si mi oscuro custodio pudiera leer estas líneas que escribo, le expresaría la más enorme admiración que puedas imaginar. Qué injusticias se cometen tachándole de horrible aberración y deseando su desaparición, esperando con utopía su condena y muerte. Cuanto iluso y cobarde hay en el mundo que no entiende que sin Ello todos habríamos caído ya en un vacío sin retorno.

Yo juro que siempre aceptaré su compañía, escucharé sus susurros sin palabras y no dejaré que su presencia bloquee mis pensamientos. Porque esa es la forma en la que siempre podré caminar junto a Ello. Ojalá todos pudieran y quisieran conocerle, aunque sólo fuera un mínimo, lo justo, para entender que es uno de nuestros mejores aliados.

Su nombre ayuda poco, lo sé, por eso le rebauticé como mi Ángel Siniestro. Ese ente, esa temida emoción que para el resto de mortales es conocida como… MIEDO.

Sí, mi fiel amigo, esa debilidad que tantas veces te atenaza es nuestro custodio y sé que a partir de hoy dejarás de rehuirle y escucharás su sabio consejo. Aprecia su ayuda tanto como yo lo hice contigo. Siempre estarás a mi lado, aunque sea en forma de recuerdo. Si algún día tuviera un hijo varón, llevará tu nombre, qué mejor homenaje puedo hacerte, Osannik»